todo el baloncesto en su cabeza   2 comments

Han pasado casi quince años pero aún lo recuerdo como si fuera ayer. Aún recuerdo casi como si fuera ayer aquella NCAA de 1998, aquel Torneo Final para el que partían como indiscutibles favoritos Kentucky y Arizona, Wildcats vs Wildcats, campeones de 1996 contra campeones de 1997… o no. Era la final prevista, la que muchos deseaban y casi todos esperaban pero resultó que en algún lugar de la América profunda alguien tenía otros planes. Aquello aún no podíamos verlo, aún eran tiempos de prehistoria internáutica como si dijéramos, los escasos aficionados a este baloncesto en este país ya nos dábamos con un canto en los dientes (a riesgo de hacernos daño) con poder ver (Plus mediante) la Final Four en directo y todo el resto del Torneo con un breve diferido de cuatro o cinco meses, no había otra, si queríamos saber lo que había sucedido en las finales regionales habríamos de conformarnos con las escasas noticias que irían llegando (si es que llegaban) con cuentagotas, tal vez en algún periódico dos o tres días después, ahí por fin acabaríamos descubriendo que de final prevista nada de nada, que aquellos vigentes campeones Wildcats de Arizona con todo su Lute Olson y todo su Mike Bibby y demás parafernalia no iban a pisar siquiera la Final Four, que habían caído con todo el equipo en su Final Regional ante unos semidesconocidos chavalotes de la mucho más modesta Universidad de Utah… ¿Utah? ¿No Utah Jazz sino Utah Utes? ¿Pero quién demonios eran estos tíos?

1998Utah

Los íbamos a conocer en apenas unos días, en aquella Final Four tan lejana ya en el tiempo como aún cercana en la memoria, en mi memoria. Supimos que contaban con un cénter enjuto que hizo menos carrera profesional de la que le presumíamos, Michael Doleac; supimos que contaban con un alero finlandés de buenísima mano que en los años posteriores se ganaría muy bien la vida en Europa (gracias entre otras cosas a su condición de comunitario), de hecho en Valencia todavía recordarán con cierto cariño a aquel hombre diéresis, Hanno Möttölä; supimos que contaban con otros dos aleros que éstos no serían nórdicos pero que por apellido y aspecto también merecían serlo, algo así como la imagen de marca de aquella casa; y supimos sobre todo que contaban con el que rompía el molde, entre tanto rubio de pelo corto un base negro de abundante cabellera rizada, un base maravilloso además, un director de juego en estado puro, uno de esos tipos a quienes sólo con verles subiendo el balón ya sientes que sientan cátedra, verle pararse y abrirla o jugársela a tres-cuatro metros del aro era toda una delicia, todavía hoy sigue siéndolo, se llama Andre Miller, no creo que haga falta ninguna otra presentación. Aquel Torneo Final fue el Torneo de Andre Miller por encima de cualquier otra cosa, en su camino hacia la Final Four dejó un puñado de actuaciones memorables (triple-doble incluido), aquella manida frase de que el base debe ser la prolongación del entrenador sobre la cancha probablemente nunca fue más cierta que entonces…

majerus miller

La prolongación de un entrenador que no era un entrenador cualquiera, lo entendías sólo con verle incluso aunque no supieras nada de él (que entonces nada sabíamos, nada sabía yo al menos). Un entrenador inmenso, inmenso en todos los sentidos, hasta su apellido parecía evocarte esa misma inmensidad. Inmenso en lo físico, no me andaré con eufemismos ni hablaré de sobrepeso porque no reflejaría la cruda realidad, aquel hombre estaba gordo, muy gordo, los médicos habrían hablado tal vez de obesidad mórbida, no muy lejos de todos esos casos clínicos que solemos ver a veces en informativos y documentales USA. Pero le veías allí embutido en su jersey blanco o rojo de la universidad y enseguida entendías que había algo más, te bastaba ver el desempeño de su equipo en ambos lados de la cancha para descubrir que aquella inmensidad no era meramente física. Y no era menos inmenso su prestigio, aquello que nos decían ya entonces de que no había nadie en todo aquel país que supiera más de baloncesto, nadie que pudiera superarle en conocimiento de este juego, nadie a quien le cuadrara más aquella frase, a Rick Majerus le cabe todo el baloncesto en la cabeza, eso nos dijeron, lo recuerdo bien, no sé por qué se me quedó grabado aquello, sí sé bien por qué sigo teniéndolo grabado (aún más si cabe) a día de hoy.

majerus utah

Y además nos contaron que aquella mítica victoria sobre Arizona tuvo también su historia previa, madrugadas en vela, larguísimas conversaciones con un buen amigo al que también le cupo siempre muchísimo baloncesto en su cabeza, George Karl, entre ambos diseñaron aquella defensa mixta tan conocida como poco habitual, aquel triángulo y dos que acabó descomponiendo las neuronas de los Bibby y compañía. Y luego ya que estaban en Final Four decidieron quedarse, por qué no un pasito más, ganaron (también contra pronóstico) a aquella imponente North Carolina (Cota, Shammond Williams, Vince Carter, Jamison, Okulaja, Ndiaye, Haywood) y se plantificaron en la mismísima final contra Kentucky, la Kentucky post Pitino en el primer año de Tubby Smith, la Kentucky de Jeff Sheppard, Nazr Mohammed, Jamaal Magloire, Scott Padgett, Wayne Turner, Heshimu Evans… Palabras mayores. Pero de la misma manera que el Torneo de 2010 lo ganó Duke pero algunos siempre lo recordaremos como el año de Butler, el Torneo de 1998 lo ganó Kentucky pero algunos siempre lo recordaremos como el año de Utah. El año de Andre Miller; el año, también, de Rick Majerus.

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Supimos entonces que Rick Majerus tenía ya un brillante pasado, cómo no habría de tenerlo. Antes de ser técnico jefe en Utah lo había sido en Ball State y antes lo había sido también en Marquette, y aún antes había sido entrenador asistente en esa misma universidad a la vera de otro mito, Al McGuire. Cuentan que en aquella etapa suya de asistente en los Golden Eagles tuvo a sus órdenes a un prometedor base que se confesaba fan absoluto del Doctor J Julius Erving, hasta tal punto llegaba esa admiración que a partir de un determinado momento Majerus, en plan coña, empezó a llamar también Doc a aquel prometedor base. Y Doc por aquí, y Doc por allá, y el apodo de Doc que trascendió hasta más allá de la Universidad, que trascendió a la NBA, que trascendió incluso hasta nuestros días. Hoy muchos jóvenes aficionados ni siquiera sabrán que el entrenador de los Celtics se llama Glenn, para ellos y para todos nosotros quedará ya para siempre como Doc, Doc Rivers a secas. Todo aquello también empezó con Rick Majerus.

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Supimos que tenía un pasado pero poco a poco empezamos a intuir que el futuro lo iba a tener bastante más difícil. Aquella compleja humanidad no presagiaba nada bueno en cuestiones de salud, menos aún en un puesto de tanta exigencia y sometido a tanta tensión. Un día nos llegó la noticia de que el corazón le había mandado parar, le había obligado a renunciar a su puesto en Utah, fue un disgusto pero de alguna manera ya nos lo temíamos, sabíamos que ya para entonces había tenido algún susto, de hecho lo raro era que no hubiera tenido más. Meses más tarde se nos anunció su fichaje por los Trojans de Southern California, hermoso espejismo que como tantos otros se nos disolvió antes de empezar, la cruda realidad es lo que tiene. Finalmente reapareció en nuestras vidas allá por 2007, esta vez fue real, tomó posesión del cargo de entrenador jefe de la Universidad de San Luis (o Saint Louis University si les gusta más a la inglesa), los Billikens, más mid-major, otro programa relativamente (sólo relativamente) modesto en busca de un técnico que lo pudiera relanzar. Y vaya si lo relanzó: les llevó al Torneo Final como había llevado a todas sus universidades anteriores, ahí pudimos verlo hace apenas unos meses un tanto avejentado, acaso algo menos gordo (que no más delgado), ahora ya no embutido en jerseis blancos o rojos sino en un polo azul: pasó segunda ronda, en tercera partidazo ante Michigan State, aquellos Spartans con todo su Dreymond Green cumplieron el pronóstico pero hubieron de sudar sangre para conseguirlo, emotivo encuentro, emotivo final, aún más emotivo aquel inolvidable abrazo que se dieron Izzo y Majerus nada más acabar el encuentro. Un abrazo que (hoy lo sabemos, entonces no nos atrevimos ni siquiera a intuirlo) en realidad fue un abrazo de despedida.

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Hace unos días me senté a ver un partido de St. Louis y encontré la confirmación de algo que en realidad ya sabía aunque no hubiera querido darme por enterado. Sobre la cancha un entrenador interino, Jim Crews, semanas atrás Rick Majerus se había visto obligado a renunciar una vez más a su cargo. Era el principio del fin, el principio de un final que se precipitó este pasado sábado 1 de diciembre, su corazón reventado dijo basta, ya está bien, hasta aquí hemos llegado, se paró como tantas otras veces pero esta vez de verdad, esta vez para siempre. Ya no podrá la madre de Andre Miller ser la primera en felicitarle por su cumpleaños, como eterno agradecimiento por haber posibilitado que su hijo se graduara. Ya no podrán sus jugadores echarse a llorar tras disputar su último partido universitario por tener que despedirse de quien fue para ellos algo más (mucho más, a veces) que un padre, ya no podrán llorar tampoco de tanto como le habrán llorado estos dos días. Rick Majerus se nos fue y se llevó consigo todo ese baloncesto en su cabeza, y algunos de los que aquí quedamos sentimos que de alguna manera una parte de nuestro baloncesto se fue también con él. Descanse en paz.

Publicado diciembre 3, 2012 por zaid en NCAA

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