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DEFENSA DE LA ALEGRÍA (edición 2015)   1 comment

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El insigne (y nunca suficientemente añorado) guionista Rafael Azcona contaba una triste anécdota de sus años mozos, aquellos duros tiempos de guerra, posguerra, miseria y desolación que le tocó vivir. Contaba que a veces (raras veces) algo les hacía gracia, lo que fuera, una anécdota del barrio, un programa de radio, cualquier cosa, lo suficiente como para romper la monotonía, como para tirarse toda la familia un buen rato echándose sus buenas risas, así hasta que de repente su madre cortaba en seco la diversión: mucho nos estamos riendo, ya lo pagaremos… Puro fatalismo, esa amargura de serie que nos inocularon en aquellos años y en los inmediatamente posteriores, rígida moral cristiana mediante: tanta alegría no puede ser buena, la felicidad no nos está permitida, hemos venido a este mundo a sufrir, a suspirar gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Esa filosofía perduró hasta nuestros días, de alguna manera nos la fuimos transmitiendo casi sin querer de generación en generación. No se trata ya tanto de que no disfrutemos como de que sintamos remordimientos de conciencia cada vez que disfrutamos, como si nos estuviera prohibido el mero hecho de disfrutar: todo lo que da placer o es pecado o engorda, todo lo que haga gozar habrá de estar siempre bajo sospecha, así en todos los órdenes de la vida. Sí, también en baloncesto.

El baloncesto también proscribió durante un montón de años la alegría, Aquí la frase no era ya (aunque igualmente podría haberlo sido) mucho nos estamos riendo ya lo pagaremos, sino este baloncesto no sirve para ganar títulos. Cuántas veces no lo habremos escuchado (aquí o allá o en donde fuera) cada vez que un equipo se desataba, cada vez que se entregaba a la lujuria y el desenfreno como forma de vida.CC WILLIAMS GROUP Este baloncesto no sirve para ganar títulos, podrá servir en temporada regular pero nunca en playoffs, nos lo repetían como un mantra desde el otro lado del charco y nosotros nos lo creíamos, cómo no nos lo íbamos a creer si los hechos casi siempre les acababan dando la razón: con aquellos maravillosos Kings de comienzos de siglo, con los no menos maravillosos Suns de Nash, acaso también en décadas anteriores con los Warriors o los Nuggets, tantos otros. O acaso también en NCAA con los Phi Slama Jama a comienzos de los ochenta o los Fab Five a comienzos de los noventa, los ejemplos eran cuantiosos y solían darles la razón como si en verdad la tuvieran. Claro está, si hubiéramos tenido capacidad de raciocinio habríamos podido encontrar ejemplos en sentido contrario, equipos a los que la alegría de vivir les funcionó también (y aún mejor si cabe) en los momentos decisivos, los Lakers del showtime o la Nevada-Las Vegas de Tark The Shark por citar los dos primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza. Pero entonces ni nos lo planteábamos, asumíamos la versión baloncestera del cerrojazo o el cerocerismo como única fórmula posible del éxito. Acaso aún hoy no hayamos dejado de asumirla.

[Llegados a este punto conviene hacer una matización. En baloncesto, como en la vida, no es verdad que lo divertido sea lo contrario de lo serio. NO ES VERDAD. De hecho la diversión será tanto más divertida cuanto más seria sea, cuanto más trabajada esté. Lo divertido es lo contrario de lo aburrido, punto. O dicho en términos de baloncesto: no es verdad que la diversión en ataque se contraponga a la defensa. NO ES VERDAD. De hecho el ataque será tanto más alegre (y tendrá más posibilidades de éxito) cuanto mejor trabajado llegue desde atrás, cuanto mejor se hayan empezado las cosas al otro lado de la cancha. La diversión sólo se contrapone al aburrimiento, el juego alegre sólo es lo contrario del triste, nada tiene que ver con la defensa sino con el mareo de perdiz en ataque, con el tenerla y sobarla durante veintitantos segundos sin arriesgar apenas un pase no vaya a ser que se pierda, sin casi más objetivo que el reducir el número de posesiones del rival. Quede claro el concepto, ya que para algunos si reivindicas la creatividad en ataque demonizas la defensa. No hay falacia mayor. Dicen que el ataque gana partidos y la defensa campeonatos, la segunda parte de la frase no puede ser más cierta, nos guste o no. Aunque para ganarlos no estará de más que tengas un buen ataque también.]

limoges maljkovicEn cambio en Europa no hizo falta que nadie nos dijera que este baloncesto no servía para ganar títulos, a partir de un determinado momento todos parecíamos llevarlo interiorizado de serie. Quizá todo empezara en 1993 con aquel Limoges de Maljkovic, fue como dejar escrito en piedra que para ganar un título debías de anotar (y encajar, obviamente) menos de sesenta puntos por partido. Como explicaba antes, no era tanto cuestión de defender (que también) como de adormecer con posesiones interminables, quitándole al juego todo lo que lo hace atractivo: el contraataque, la velocidad, la creatividad, el dinamismo, el riesgo y demás malos vicios que habrían de quedar definitivamente desterrados en aras de conseguir el único fin que justificaba todos los medios: la victoria. Había nacido el baloncesto-control, por otro nombre baloncesto-tostón. Era una opción tan válida como cualquier otra, qué duda cabe. El problema es que durante un tiempo dejó de ser una opción para convertirse en LA opción. Acaso aún estemos en ese tiempo…

Dicen que las excepciones confirman la regla, pero yo no concibo esa razón. No la concibo en absoluto. Las excepciones (cuantas más mejor, menos excepcionales serán) son siempre bienvenidas porque subvierten la norma, porque hacen posible lo (que parecía) imposible, porque convierten el sueño (juego) en realidad (títulos), porque demuestran de una vez por todas a los escépticos que otro baloncesto es posible.1999-metu-kauno-zalgiris-61213595 Siempre recordaré como un oasis en medio del desierto aquel título europeo de 1999, aquel maravilloso Zalgiris Kaunas liderado por el enanito (Trecet dixit) Tyus Edney, un verdadero chorro de agua fresca justo cuando más espeso era el cemento. O cómo no recordar (a otro nivel, pero también con sustanciosos títulos en su zurrón) aquella Penya de finales de la pasada década, aquella deliciosa criatura de Aíto y sus Erre que Erre. Sólo algunos ejemplos (habría muchos más) para mostrar una obviedad: que jugar (además de bien) bonito también gana campeonatos, que la especulación y el colmillo retorcido también los pierde, aún por bien que nos lo envuelvan los pierde, aún por mucho que nos lo vendan los pierde. A las pruebas me remito.

Hace ahora dos años ya les defendí la alegría, y lo hice en circunstancias mucho más difíciles que ésta de hoy. El Real Madrid acababa de perder la Final de la Euroliga 2013, llevaba sin jugar esa final desde el siglo pasado lo cual debiera haber sido razón más que suficiente para disfrutarla aún perdiéndola, pero eso a la larga tanto dio. Es más, por la reacción de alguna gente casi pareció que les habría dolido menos haberse quedado a mitad de camino, haber caído (por ejemplo) en cuartos de final. A mí me pareció que aunque no se hubiera hollado la cima había merecido mucho la pena el viaje hasta llegar a ella (tanto más dada su inusual belleza), que si perseveraban por ese camino tarde o temprano llegarían los ansiados frutos… Muchos estuvieron de acuerdo, pero también los hubo (y no pocos) que me pusieron como hoja de perejil (signifique eso lo que signifique).laso1 Se había levantado la veda, había comenzado de nuevo el tiro al Laso, este baloncesto no sirve para ganar títulos, este tío no tiene carácter, no aprieta riendas, no retuerce el colmillo, no es entrenador para el Madrid. Y si así fue en 2013 no digamos ya en 2014, aquella bendita locura, aquella pura delicia que dimos en llamar lasismo (y su brazo armado en cancha, chachismo), aquella temporada de ensueño que acabó en brusco despertar. Y entonces ya no era que se hubiera levantado la veda sino que el tiro al Laso se convirtió de repente en deporte nacional, ya no había manera de esquivar las balas, el fuego cruzado te acababa alcanzando a poco que te descuidaras. Aquel dantesco final a la pata coja en el Palau pareció su sentencia de muerte, tanto más lo pareció cuando pocos días más tarde le descabezaron el cuerpo técnico, aún hoy me resulta inconcebible que lograra sobrevivir…

Contra viento y marea. Contra los de arriba y los de abajo, contra los de dentro y los de fuera. Contra los que montaron el pollo tras su contratación sin concederle siquiera el beneficio de la duda, los que se relamieron tras cada derrota en sus primeras temporadas (ya falta menos para que vuelva Obradovic, decían), los que se lamentaron tras la consecución de aquella liga porque eso significaría su continuidad (es lo malo que tienen los títulos, decían), los que el pasado verano se engolosinaron con Katsikaris (y hasta le contrataron, casi), los que a la primera derrota de esta misma temporada ya soñaban en voz alta con Djordjevic… Es lo que llamaríamos la paradoja blanca: un equipo que no admite perder, un club que no entiende la posibilidad de la derrota ni como concepto siquiera, una institución en la que cualquier derrota (aún por nimia que sea) viene inevitablemente asociada a la palabra crisis, una entidad que es como la madrastra del cuento, dime espejito mágico, ¿habrá otro equipo en el mundo aún mejor que el mío? (y si le contesta que sí lo hace añicos y se compra otro espejo, será por dinero)… y sin embargo un equipo cuyos aficionados (sólo algunos de ellos, no generalicemos) a menudo prefieren perder con tal de conseguir otro objetivo aún mayor que la victoria, como es el que les sirvan en bandeja de plata la cabeza de su propio entrenador. No sé si es éste un fenómeno extrapolable a otros grandes, sí sé que a mí (que no soy de grandes) no recuerdo que me haya pasado jamás, ni aún por mucha tirria que le tuviera al entrenador de turno. Será que el raro soy yo.

¿Quieren más paradojas? Aquellos que hace un año criticaron a Laso por no haber sabido administrar sus fuerzas, por haber tenido al equipo como una moto en noviembre/diciembre y haber llegado fundido a mayo/junio, son acaso los mismos que este pasado diciembre le pusieron en la picota tras perder apenas un par de partidos como si eso fuera el fin del mundo, y ello cuando resultaba manifiestamente evidente que lo que estaba haciendo el Madrid este año era precisamente lo que le habían demandado, aplicar la dosificación que no aplicó el Floren_2015_Entrenadores_Grande_37_originalaño anterior. Pero llegó a utilizarse con profusión el concepto crisis (para variar), llegó a situársele más fuera que dentro (para seguir variando), llegó incluso a filtrarse que la Federación (o sea Sáez) sólo estaba esperando a que el Madrid finalmente lo destituyera para nombrarle seleccionador… Cinco meses después el Madrid es Campeón de Europa, y lo es entre otras cosas por no repetir errores del pasado, por no haber echado el resto en otoño para luego tener que arrepentirse en primavera, por haber ganado (o no) con lo justo en diciembre para ganar con todo en mayo. Cinco meses después el Madrid está en posesión del mayor título que pueda ganarse a nivel de clubes pero a algunos no parece bastarles, aún hay casos aislados que manifiestan un regusto amargo porque el nivel de aplastamiento no haya sido el que ellos esperaban o porque haya habido que bajarse al barro para conseguirlo, como si el barro no fuera imprescindible en estas circunstancias, como si el gen del madridismo llevara también incorporado de serie el gen de la insatisfacción. Cinco meses después Laso tiene por fin el crédito que siempre mereció, pero habrá de saber que ese crédito le durará exactamente hasta la próxima derrota (vales tanto como el último partido que juegas), hasta el próximo título (aún por nimio que fuera) que se escape de las vitrinas de tan sacrosanta entidad. Marca de la casa, no tienen más que mirar a su sección de fútbol si aún les queda alguna duda.

Dure lo que dure habrá merecido la pena. La alegría, aquella catarsis que hace un par de años reivindicó con pasión José Manuel Puertas, resulta mucho más fácil de defender cuando hay un título que la sustente. Todo lo cual no resta méritos (más bien al contrario) a otros equipos lúdico-festivos (pero no por ello menos efectivos), ese maravilloso Canarias de Alejandro Martínez, la Penya de Maldonado (casi cualquier Penya, en realidad), tantos otros. Pero los títulos de alguna manera crean escuela, marcan doctrina, enseñan el camino a seguir. Cuando un equipo alegre gana un título es como si lo ganara dos veces, por lo que representa el título en sí y por lo que representa haberlo ganado así. Este Madrid de Laso ganó Supercopas y pareció poco, ganó Copas y aún no pareció suficiente, ganó una Liga y pareció que aún faltaba algo, gana ahora por fin la Euroliga y debería ser ésta ya la victoria definitiva, la que despeje dudas, la que consagre para siempre este estilo de juego tan válido como cualquier otro, en realidad mucho más válido que cualquier otro porque gana como cualquier otro pero a la vez divierte más que cualquier otro (no sé si me explico). Repito: debería ser. No nos confiemos. Volverán los apóstoles del feísmo como volvieron las oscuras golondrinas, de hecho están ahí agazapados esperando su oportunidad, soñando con que este Madrid se la vuelva a pegar en ACB o con que lpablo-lasoos fantásticos Warriors de Kerr & Curry no ganen esta NBA para volver a contagiarnos con su bilis, para vendernos otra dosis de cemento y apretarnos todavía un poco más las riendas. Mantengámonos alerta.

Ahora bien, cuando vengan mal dadas, cuando las cañas se tornen lanzas (cursilada que hasta hoy jamás me había atrevido a utilizar), cuando pinten bastos (pasado mañana, como quien dice), el Madrid, antes de tomar medidas drásticas, deberá sentarse a valorar todo lo que representó el lasismo (y el chachismo, por extensión) para la idiosincrasia de este club. No es ésta una entidad que por lo general coseche adhesiones allá por donde pasa, más bien al contrario, tiende a generar animadversiones por doquier, fruto de la propia grandeza de la entidad. Y sin embargo este Madrid de Laso ha conseguido la cuadratura del círculo, que muchísimos aficionados que no son ni fueron ni serán nunca del Madrid disfruten viendo jugar (y ganar, incluso) a este equipo (créanme que sé de lo que hablo, créanme que conozco no a uno ni dos sino a unos cuantos). Que este Madrid vaya a ser recordado por sus títulos pero también (y sobre todo) por su juego, por las simpatías y empatías que genera, por mejorar, promover y publicitar por el mundo la maltrecha imagen de marca de la entidad. Por algo tan simple como (permítaseme la expresión) devolver el baloncesto a la gente. Gente que cuando se sienta a ver un partido (tanto más si no se trata de su equipo) lo hace sólo para disfrutar, para que le dejen ser feliz siquiera un par de horas, que para aburrirse o amargarse bastante tiene ya con su vida cotidiana, con mirar a su alrededor, con mirarse incluso en el espejo cada mañana. Digámoslo de una vez por todas, no es verdad que hayamos venido a este mundo a sufrir, no es verdad que este baloncesto no sirva para ganar títulos. NO ES VERDAD. A este valle de lágrimas hemos venido a llorar lo menos posible, a reír hasta hartarnos sin temer represalias, a gozar del juego que amamos (y de la manera en que lo amamos) sin tener que arrepentirnos después. Defendamos siempre la alegría, por favor. También en baloncesto.

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